Con la colaboración del Ayuntamiento y la Junta Directiva de la Protectora de Guardo, se celebró ayer sábado el día de San Antón patrón de los animales.
Ha sido el segundo año que se bendice a los animales y se celebra una pequeño acto para dar voz a estos seres que la mayoría de las veces conviven con nosotros y son uno más de la familia.

El año pasado no pude asistir a la bendición en las instalaciones de la Protectora, pero este año no quise perderme ese momento. D.Isaac que acaba de llegar nuevo a la Parroquia, fue el encargado de dar la bendición a los animalillos que metidos en sus jaulas ladraban con insistencia ante nuestra presencia.

La mañana nos había dado una tregua con la lluvia, pero en el momento de la ceremonia tuvimos que refugiarnos en los soportales de la plaza porque empezó de nuevo a llover.
Genoveva que forma parte del equipo directivo de la protectora leyó en que iba  a consistir la ceremonia.

Después, uno a uno, fueron pasando los dueños de los animales a recibir la bendición. Había muchos niños encantados con sus perros, gatos, conejos...
Es bueno desde la infancia que aprendan los más pequeños a respetar a los animales y su dignidad,  y que el dia de mañana sean ciudadanos íntegros y concienciados en el respeto por las personas y demás seres vivos.
Como regalo les daban unas galletas para los animales y un calendario para sus dueños.
Atila es un perro de la Protectora con una grave enfermedad que está en una casa de acogida y que no quiso perderse la fiesta.

El acto terminó leyendo un texto de una amante de los animales por parte de Genoveva .
También tuvo lugar una rifa con productos donados por gente que colabora con la Protectora. De la tienda Umpa Lumpa y de la Herboristeria Milenrama.

Yo tuve la suerte de que me tocara uno de lo dos premios. Una cesta con jabones artesanales que me entregó Genoveva mientras me aplaudian los alli presentes.
Del Hotel la Montaña Palentina, colaboraron con un exquisito caldo que la gente degustó con premura dadas las bajas temperaturas que asolan la zona.

La más joven de los asistentes al acto, dormía plácidamente mientras lucía la chapa de la protectora en su mantita.

Una de las personas quizá más mayores que acudieron al acto, con inmensa ternura posaba así con su gato.
Por último agradecer a la junta directiva de la Protectora y a  a cada uno de los que colaboran ayudando y donando para que los animales alli custodiados tengan cada dia mejor calidad de vida.

En Primer lugar, agradecer a todos los que se acercaron su visita y su apoyo en este primer año de celebración de SAN ANTÓN, lo preparamos todo un poco rápido, por eso si algo no ha sido del agrado de alguien rogamos nos disculpe, el año que viene intentaremos mejorarlo todo lo que podamos.

Como podéis ver en las fotos, la fiesta empezó con una bendición del párroco en la propia protectora de animales y siguió con la bendición en la plaza de todos los animalitos que se acercaron junto con sus dueños para ser bendecidos.

Esto es lo principal de la celebración, pero como no podemos olvidarnos de la cantidad de perros que tenemos que no tienen tanta suerte de poder ir a la plaza con sus dueños, y la cantidad de ayuda que necesitamos para poder seguir con sus cuidados se montó un mercado benéfico y el sorteo de dos cestas donadas por UMPALUMPA y la GOLOSA LIBÉLULA (Dehesa de Romanos)

También se repartieron sopas de Ajo y caldo que estaba buenísimo y como podéis apreciar que algún perro también tuvo suerte de probar.

Decir que lo que sobró fue donado a la parroquia para que lo repartiera entre la gente necesitada del pueblo.

(Nosotros tambien nos preocupamos por las personas)

Agradecemos muchísimo la acogida que nos habéis dado y sobre todo la visita de nuestros amigos ADA de Palencia que vinieron a apoyarnos junto con sus amiguitos. 

MUCHAS GRACIAS A TODOS

Gracias MºPaz por este video, tu labor en el pueblo es preciosa, eres la mejor reportera que tenemos.

UN BESAZO!

Todavía no me lo creo. Por eso sigo aquí, quieto desde hace cuatro horas, esperando reconocer el traqueteo inconfundible de tu coche, de nuestro coche, acercándose desde el horizonte de este paisaje desconocido donde nunca antes habíamos estado. La tarde va cayendo y tengo miedo a que la fría noche me alcance lejos de casa.

Son ya tantos años. Cada día con su pequeña anécdota, pero siempre juntos, haciendo equipo. Tú te sentías orgulloso de mí y yo hacía lo propio cuando iba a tu lado. Recuerdo con especial cariño nuestras escapadas al monte, los dos solos. Salíamos del barrio por el estrecho valle que pasa junto a la abandonada mina de carbón y nos metíamos en el robledal siguiendo el curso del rojizo manantial. A media ladera alcanzábamos la “Fuente de la salud”, donde no me dejabas beber porque, según decías, “estas aguas ferruginosas son buenas para la piel, pero no para las tripas”. Tú eras el mayor, sabías más y a mí me gustaba obedecerte. En el rincón de los acebos jugábamos al escondite y nuestros encuentros siempre acababan en un abrazo y un buen revolcón sobre la hierba. Comíamos codo con codo, admirando el paisaje desde  “La Rosa de los Vientos”, como te gustaba llamar al otero que se alza sobre las copas de los robles. Las montañas al norte, la llanura al sur y el bosque, al levante y al poniente, cerraban el círculo de nuestra privilegiada visión. Buscábamos setas y flores. Las primeras para papá, que ya estaba mayor para caminatas, y las segundas para mamá, que las ponía en una jarra de agua a la que añadía una aspirina a fin de que se mantuviesen más tiempo lozanas. Con el paso de los años, también anudarías un ramo de peonías silvestres para Eva, la chica que empezaba a robarme la magia de tu compañía.

La vida era perfecta por entonces. Cada verano nos íbamos al pueblo, a la ancestral casa de los abuelos. Saludábamos a los amigos de siempre y apurábamos aquellos días interminables con largos paseos que nos llevaban en busca de fresas silvestres, garbanzos verdes o moras que nos comíamos en el acto.

Las tardes de río se han vuelto inolvidables. Toda la familia, con los tíos y primos venidos de Bilbao, bajando por las praderas aledañas hasta llegar a los pozos remansados donde el sol del estío templa las frías aguas de la sierra. No dejábamos de chapuzarnos hasta que se apoderaba de nosotros la tiritona y el hambre que generan los largos baños infantiles. Retornábamos con el atardecer y aún pasábamos largo tiempo jugando después de oscurecido. Solíamos ir a las eras durante las noches de agosto para, tumbados boca arriba, poder ver mejor las “lagrimas de San Lorenzo”, esa lluvia de estrellas que no cesa y para la cual guardamos nuestros mejores deseos. A veces nos quedábamos dormidos y venían los mayores, de mal humor, a buscarnos para meternos en casa.

Me encontraba feliz en aquel patio donde cada año descubría los aromas de nuevas hierbas y nuevas flores; donde rememoraba el canto de los pájaros al amanecer y también en la umbría; el reclamo solitario y metálico del sapo; el repicar de la cigüeña cuando regresa fiel al nido del campanario.

Ya nos conocíamos muy bien y sabía de sobra cuando mi compañía no era de tu agrado, como en las fiestas del pueblo. Querías estar sólo para pedir baile a las mozas en la verbena, para tumbar monos o tirar con la carabina a los palillos. Clavados en ellos, sacabas con buena puntería los cigarros mentolados que empezarías a fumar con los amigotes haciéndote el mayor en los lavaderos, lejos de las miradas de los padres, echando los primeros tragos de Perlado tinto con gaseosa. La verdad es que nunca me sentí a gusto entre las multitudes y no soporto el estruendo de los petados ni los cohetes, por lo que me quedaba feliz esperándote acurrucado en un duermevela, arrullado por los acordes lejanos de la orquesta.

Pero sobre todo te molestaba cuando aparecía Eva. Ella estaba por delante de todo y había comenzado a cambiarte. No sé por qué para mí nunca tuvo buenos ojos y no tardaste en decantarte por su compañía. Yo leía la tristeza en  los tuyos cuando te marchabas sin atreverte a despedirme. Supongo que tú también adivinabas en los míos la incomprensión por el cambio tan brusco que estaba sufriendo nuestra relación y creo que te sentías culpable por no hacer nada para evitarlo.

Papá murió y se inundó la casa de tristeza. Habías empezado a trabajar y mamá se pasaba las horas mirando fotografías, llorando y viendo la televisión. Casi no salíamos y,  cuando lo hacíamos, no íbamos más allá del pequeño jardín que hay en la plaza que se abre al final de nuestra acera. Cuando regresabas, cansado del tajo, yo esperaba tu saludo, pero me encontraba con unos ojos extraños que fijaban la vista en puntos perdidos mientras te sentabas a la mesa y dabas cuenta de la cena. A veces, girabas la cabeza hacia mí, pero eras incapaz de esbozar la sonrisa que yo estaba deseando ver creciendo en tu boca. A las pocas semanas, Eva entró con sus maletas por la puerta: venía para quedarse. Su forma de observarme no hizo sino confirmar lo que intuía desde el principio: me odiaba.

Los meses siguientes nada mejoró. Eva y tú reñíais casi a diario y me fui acostumbrado a sentir su dedo señalando mi cara continuamente. Mamá era la única que se ofrecía a dar una vuelta conmigo y pude comprobar cómo cada vez le costaba más hacerlo. Por más cariño que ponía en sus gestos y sus caricias, me di cuenta del enorme esfuerzo que le suponía todo aquello. Fue entonces cuando empecé a sentirme viejo e inútil.

Luego llegó vuestro hijo y, mientras Eva estuvo en cama, todo pareció vestirse de fiesta. Volviste a reírte conmigo, correteamos juntos de nuevo y nos abrazamos como en los mejores tiempos. Pero no fue más que un espejismo. En cuento ella apareció por el pasillo, de nuevo los gritos y los índices acusadores.

Hoy debe ser domingo, porque no has ido al trabajo. Te has levantado pronto y, para mi sorpresa, me has pedido que te acompañe afuera. Hemos subido al coche que a tantos rincones de estas montañas nos ha llevado y he ido viendo por la luneta trasera cómo nos alejábamos de ellas camino del páramo. Cruzamos pinares, choperas y eriales que nunca antes había visto; pueblos casi desiertos que el viento azota con el látigo de la soledad; descampados infinitos  donde no se siente el vuelo radiante de las aves…Hasta parar aquí, en esta gasolinera perdida en un punto desconocido donde no consigo orientarme.

Desciendes lentamente y me abres la puerta para que baje. El lugar no me gusta pero muestro mi contento por hallarme una vez más contigo a solas. Confío en ti, como siempre, y me mantengo atengo a tus movimientos expertos. Te agachas para ponerte a mi altura, me coges por el cuello y me atraes hasta tu cara para encajar tus ojos sobre los míos. Empiezas a llorar y yo no sé qué hacer, aunque se me parte el corazón de verte así. Me quitas el collar mientras te secas las lágrimas con la manga de la chaqueta. Me pides que me quede sentado. Montas en el coche y te vas.

Sabes que cumplo tus órdenes. No me he movido desde que marchaste, pero ahora siento que he de alejarme de aquí. Un hombre ha cogido una estaca, viene hacía mí y puedo oler desde lejos su respiración agresiva.

Algo ha debido pasarte. Sé que jamás me abandonarías. Tú no, imposible. Seguro que necesitas ayuda allá donde estés. No te preocupes, que ya voy a buscarte.

Como veis, en la Protectora tambien hacemos mercadillos para recaudar fondos y cosas que nos sigan ayudando a cuidar a nuestros perritos...

Esta fue un poquito mas especial, ya que tuvimos el apoyo de Jesús Calleja!! por cierto, un gran amante de los animales, aparte de amante de la naturaleza,como ya sabeis....

En nuestros enlaces de interés esta su WEB.

GRACIAS A TODOS LOS QUE SE ACERCARON AL MERCADO DE CERVERA...